En estos momentos, y a propósito de un posible pacto educativo, se está produciendo un intercambio de opiniones enriquecedor, que ojalá pueda convertirse en un diálogo fructífero. Resulta significativo que se hable de “pacto” y no de “acuerdo”: en un pacto los interlocutores renuncian a parte de sus planteamientos de manera provisional, mientras que en un acuerdo se busca alcanzar un consenso de mayor alcance temporal, que es en realidad lo que necesita la educación. Ya escribimos una entrada sobre esta sucesión de monólogos.
Con el ánimo de hacer una aportación constructiva, hoy nos centraremos en una idea que pensamos debe aparecer de manera lúcida en este escenario: la de la Educación Basada en Evidencias (EBE). Nuestra visión no será ingenua sino crítica, y confiamos en que se produzca a partir de ella un verdadero diálogo en el sentido socrático y, sobre todo, en la línea de comunicación política propuesta por Habermas. Buscamos el progreso compartido.
Entremos en el asunto de esta entrada. Para muchos, la educación no debe reducirse a parámetros mensurables cuantitativamente porque eso es pervertir su esencia teleológica y polifacética. Y tienen razón. De hecho, es una perspectiva crítica que se repite en todos los países. A este propósito, es interesante la aportación publicada recientemente en el Washington Post, cuya lectura recomendamos. Por ejemplo, la medición estandarizada de las competencias de los estudiantes a nivel internacional, como se hace en las pruebas PISA, puede convertirse en negativa por dos razones:
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De un lado pragmático y cortoplacista, hace que las políticas educativas se diseñen no en función de una mejora en la calidad, sino con el fin prioritario más o menos explícito de que los estudiantes consigan mejores resultados en las evaluaciones internacionales como muestra fehaciente de acierto en las decisiones educativas adoptadas.
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De otro lado más ideológico, la participación en las mismas y la atribución de importancia de sus resultados supone de alguna manera que la finalidad de la educación pasa a seguir los planteamientos particulares de los organismos que las coordinan. En este caso, la OCDE, que no sería una institución neutral sino de parte.
Nosotros defendemos la necesidad de tener una visión de conjunto de lo que sucede en la educación. No como algo que se convierta en instancia única de juicio, sino como un aporte más para enriquecer el debate público. Y es aquí donde pensamos que la Educación Basada en la Evidencia puede jugar un papel interesante. Para explicar el concepto, seguiremos este muy interesante “paper” académico.
En él se comenta que cuando una profesión, como la educación, no tiene en cuenta los resultados de la investigación, se puede convertir en algo parecido a la artesanía “cimentada en la perpetua repetición de las acciones que la experiencia, o la tradición, han señalado como adecuadas para cada caso”. Es una afirmación que merecería un análisis más sutil, pero seguiremos avanzando. La Educación Basada en la Evidencia, proponen los autores “podría consistir en la elaboración de una buena pregunta, bien formulada y delimitada, la búsqueda exhaustiva de estudios científicos al respecto y el análisis sistemático y conjunto de la evidencia publicada sobre la pregunta en cuestión”. Parece razonable. Este es un planteamiento que ha dado muy buenos resultados en el campo médico.
Al ahondar en este enfoque, y desde una perspectiva médica, que es la que nos sirve para el análisis, conviene abordar cuestiones metodológicas como la jerarquización de las evidencias (unas tendrían más peso que otras) o cuándo se considera suficiente una evidencia. Ambas son tratadas en nuestro documento de referencia. La epistemología es necesaria para alcanzar un conocimiento crítico, de mayor valor. Pero estamos hablando finalmente de toma de decisiones, y no se puede no actuar. En este sentido, una respuesta médica posible se plantea: “un modelo triádico en el que se combinan la evidencia científica obtenida en estudios de investigación, la experiencia clínica del médico y las preferencias y valores de los pacientes”. Y algo parecido es lo que creemos debe suceder también en educación.
Sin embargo, “la enseñanza no es, en este momento, una profesión basada en la investigación, lo cual explica muchas de las dificultades que encuentra”. De hecho, “mientras los médicos piden y desarrollan investigaciones basadas en la evidencia, esto es, se constituyen en productores y usuarios activos de la misma, los profesores aún no perciben la falta de investigación como un problema que debe ser remediado”. Esto es algo que debe cambiar, porque nuestra tesis es que la educación debe tener en cuenta los resultados de las investigaciones. Insistimos: no como único criterio; pero sí como un faro que arroja luz sobre nuestra actividad.
¿Y cómo son los estudios de investigación en educación? Habitualmente “son estudios multidimensionales que se desarrollan desde un enfoque cualitativo y que por ende son difícilmente replicables”. En esto tenemos un problema. Un segundo está en que hay pocas revisiones sistemáticas de la investigación educativa. Y como no hay dos sin tres añadamos también la escasez de publicaciones especializadas relacionadas con la producción científica en el campo de la educación. Estos tres problemas pueden convertirse fácilmente en retos a abordar: líneas de trabajo para los investigadores de la gran cantidad de facultades de Ciencias de la Educación que tenemos en nuestro país, y en otros cercanos al nuestro.
Porque no podemos no transferir a la educación el enorme enriquecimiento que supuso para una disciplina con muchas similitudes con la nuestra, la medicina, la incorporación de la práctica basada en evidencias. Y ello, no solamente como guía en el momento de la toma de decisiones individuales por parte de los docentes en su día a día, sino también para orientar las decisiones administrativas, políticas. Lo cual, y volvemos al arranque de este texto, resulta especialmente necesario en los tiempos que vivimos, donde parece que hay vientos que favorecen un hipotético pacto educativo.
Sirvan estas líneas como contribución al debate.
Fotografía de Luana Fischer Ferreira, extraída del Banco de Imágenes y Sonidos del INTEF.